Por: Verónica Klingenberger
Siempre me ha parecido que Gastón Acurio es mejor político que cocinero. De hecho, creo que es el único personaje público que tiene un discurso verdaderamente sabroso y consistente, un discurso que de alguna manera ha moldeado el optimismo del peruano de clase media -básico para empujar a un país pobre y joven hacia adelante- y que propone algunos cambios sustanciales que, personalmente, me entusiasman muchísimo más que la exportación del mejor arroz con pato o cebiche.
También es cierto que el empacho que nos provocan los fantoches que desfilan por Palacio de Gobierno y el Congreso (con excepción de algunos caballeros) propicia además la mejor expectativa para ese candidato con valores no negociables y hábil para la concertación, que se atreva a ofrecernos un menú con más opciones que el sesgo estatista de la izquierda y el sesgo economicista de la derecha. Gastón Acurio ya dejó claro que no tiene intenciones de salir de su cocina (su último recetuit dice: ‘El próximo presidente requerirá del apoyo de todos para alcanzar el desarrollo definitivo del Perú. Y ese no seré yo”), pero me niego a creer que sea la única opción decente con verdaderas posibilidades de ganarle a los horripilantes monstruos marinos de siempre.
Acurio, o quien se apropie de su discurso, sería el candidato ideal del tan choteado centro, ahí donde -oh sorpresa- se concentra la mayor cantidad de electores peruanos (42% del electorado en el 2011), hartos de la indignada y torpe izquierda y asqueados del achoramiento delincuencial de la derecha.
El crecimiento sostenido de la clase media, producto de 14 años de progreso económico, ha promovido un consenso de intereses en el que se dan la mano la estabilidad económica (clima favorable para los emprendedores) y la generación, por parte del Estado, de mayores y mejores oportunidades para los ciudadanos con menos recursos económicos.
No existe en el Perú actual, un país que intenta reponerse en términos éticos e institucionales, un verdadero líder moral y político que represente esos intereses. Quizá Acurio se anime, en algún momento, a reconocerse en serio como lo que es y asuma el gran desafío. Pero mientras eso suceda, que al menos pasen los piqueos y aparezca alguien con inteligencia, carisma e integridad que se atreva a modernizar un poco las deleznables opciones de hoy. De una vez, pongan el rocoto en la cédula y que le pique a todos.