Por: Verónica Klingenberger
Hay ciudades que celebran la diversidad como una de las formas más poderosas de moldear sociedades pacíficas, estables y desarrolladas. Una de ellas es Austin, la capital de Texas, una ciudad universitaria que desde hace muchos años alienta lo ‘raro’ y promueve con orgullo los distintos estilos de vida de sus residentes.
‘Keep Austin Weird’ (‘mantén Austin raro’) es el eslogan no oficial de la ciudad (el oficial es ‘The Live Music Capital of the World’, en honor a su poderosa escena musical). En un inicio, el eslogan, el no oficial, fue concebido por la Alianza de Negocios Independientes de la ciudad para promover el desarrollo de las pequeñas empresas y trabajadores independientes, y protegerlos de las grandes corporaciones (no, allá jamás se permitiría que te paguen a 90 días). Hoy, esas tres palabras juntas promueven la diversidad en todas sus formas, y son un constante recordatorio de la riqueza real y potencial d la ciudad.
Austin es rara en el sentido más liberador del término. Es lo raro como sinónimo de libertad, de creatividad, de curiosidad, de individualidad. Lo raro que sorprende, divierte y enriquece.
En nuestro país, en cambio, el mismo término casi siempre es utilizado en contextos que fomentan la exclusión: ‘Ese es un raro’, ‘esa es rarita’, como si el diferenciarse de la supuesta mayoría fuera sinónimo de algo negativo, o de algún tipo de inferioridad. ¿Por qué ese miedo a ser distintos? ¿Por qué esa necesidad de señalar las minorías para repotenciar la ilusión de ser superiores solo por pertenecer a la mayoría?
Lo que más inspira al toparse con sociedades que apoyan activamente lo no masivo, las subculturas, nuevamente, las minorías, es comprobar el alto grado de felicidad que gozan sus habitantes. ¿Por qué es importante proteger y promover la diversidad? Quizás porque esa sea la única manera de combatir la polarización y destruir los estereotipos. La única forma de que podamos prosperar como una comunidad es aceptar y fortalecer nuestras diferencias culturales. Y darnos cuenta de que mientras cuidemos y alentemos la rareza de cada uno de nosotros seremos mucho más ricos culturalmente, y estaremos mucho más satisfechos como comunidad.
Fui una de los 225 mil raros que asistimos al Austin City Limits, un importante festival de música que reúne a 150 bandas y artistas de todo el mundo durante dos fines de semana consecutivos. Se calcula que unas 75 mil personas entran a Zilker Park cada día para vivir la experiencia completa que ofrece un festival de esa talla. Allí vi a todo tipo de personas convivir bajo el sol y la lluvia durante dos días y jamás noté un solo signo de agresividad entre ellos. Todo fluía en un perfecto estado de generosidad, tolerancia y muchísima paciencia. Solo había una regla para evitar los sobresaltos: el respeto hacia el otro, por más distinto a nosotros que sea. Intentémoslo. Después de eso, quién sabe, y hasta nos animemos por un nuevo corte de pelo.