El primer ministro japonés, Shinzo Abe, no manifestó ningún pesar a Asia por el sufrimiento infligido por Japón en la II Guerra Mundial, en el discurso de conmemoración del 68º aniversario de la capitulación nipona este jueves, rompiendo así la tradición.
En un breve discurso pronunciado en Tokio en presencia del emperador Akihito y la emperatriz Michiko, Abe se limitó a rendir homenaje a las víctimas del conflicto y a desear la paz.
“Nunca olvidaré que la paz y la prosperidad que tenemos actualmente viene del sacrificio de vuestras vidas”, dijo en referencia a los japoneses desaparecidos en la guerra del Pacífico.
“Vamos a hacer lo que podamos para contribuir a la paz en el mundo”, concluyó.
Los primeros ministros suelen aprovechar esta ceremonia, al igual que lo hizo él cuando ocupó este cargo de 2006 – 2007, para manifestar su pesar por los abusos que perpetraron los soldados nipones durante la ocupación de la península de Corea (de 1910-1945) y una parte de China (de 1931 a 1945).
Poco antes del discurso, ministros de su gabinete visitaron el santuario Yasukuni, situado en Tokio, que es visto por los países vecinos como un símbolo del pasado militarista japonés.
El titular de Interior y Comunicaciones, Yoshitaka Shindo, y el presidente de la Comisión Nacional de Seguridad Pública, Keiji Furuya, fueron a rezar al santuario.
“El consuelo a las almas de las víctimas de guerra es un asunto puramente nacional. Los otros países no deben criticar ni interferirse”, dijo Furuya, en referencia a las habituales críticas de China y Corea del Sur por este tipo de visitas.
Unos 90 parlamentarios también se inclinaron ante el altar del santuario.
Sin embargo, Abe no fue, pero a través de un colaborador depositó una rama de un árbol sagrado.
Situado en el corazón de Tokyo, el santuario Yasukuni rinde homenaje a los cerca de 2,5 millones de soldados caídos por Japón en las guerras modernas, entre ellos 14 criminales de guerra, condenados por los Aliados tras la II Guerra Mundial, que fueron inscritos en dicho templo en 1978.
Entre ellos figura el general Hideki Tojo, primer ministro de Japón durante el ataque de Pearl Harbor, el 7 de diciembre de 1941, que provocó la entrada en la guerra de Estados Unidos.
Militantes de extrema derecha también han visitado el templo, que estaba protegido por centenares de policías.
Los japoneses también llegaron en familia, sobre todo los descendientes de los soldados caídos durante la II Guerra Mundial, que en su mayoría se declaran pacifistas.
“Estoy totalmente en contra de las guerras. He venido para consolar el alma de mi padre”, un médico del ejercito muerto en la isla de Borneo (Indonesia) durante el conflicto, dijo Sumiko Iida, de 69 años, vestida de luto para la ocasión.
Poderío militar
Desde su vuelta al poder en diciembre, Abe ha aumentado el presupuesto militar y ha advertido que quiere reformar la Constitución pacifista impuesta por el ocupante estadounidense tras la capitulación nipona de 1945, lo que suscita temores en la región.
Las relaciones de Japón con sus vecinos siguen marcadas por el recuerdo de las atrocidades perpetradas por las tropas imperiales durante la colonización de la península coreana (1910-1945) y la ocupación parcial de China (1931-1945).
El aniversario de la capitulación nipona coincide este año en un contexto chino-japonés particularmente tenso a raíz de la nacionalización por Japón, el pasado septiembre, de una parte de las islas Senkaku en el Mar de China oriental.
China, que conoce estos islotes deshabitados con el nombre de Diaoyu, reivindica su soberanía.
Navíos gubernamentales chinos pasan regularmente por la zona, no lejos de los guardacostas japoneses, por lo que los observadores no descartan que en algún momento se pueda producir algún incidente armado entre las dos potencias asiáticas.