Por: Verónica Klingenberger
Avergonzar a alguien públicamente puede ser una buena forma de regular una sociedad libre. Un video en YouTube que ridiculiza el racismo, clasismo y prepotencia de jóvenes limeños ebrios (“me llega al pincho tu filtro”, “mi perra es pituca”) puede ser una advertencia efectiva para que otros jóvenes no manejen borrachos, y guarden la compostura, el respeto y las buenas maneras ante el policía que los detenga, el camarógrafo que registre el accidente, o el empleado a cargo del eventual desabastecimiento de su “crema” favorita en la sanguchería de turno (‘el loco mayonesa’).
La vergüenza es un componente fundamental para la salud de cualquier sociedad, sobre todo de las más libres. Un ejemplo: A inicios de este año, el estado de Nueva York llevó a cabo una agresiva campaña para reducir el embarazo entre adolescentes y el discurso que utilizaron los encargados de la campaña giraba en torno a la vergüenza. Los avisos publicitarios dramatizaban las consecuencias de un embarazo de ese tipo, resaltando el futuro truncado no solo de los jóvenes padres, sino, y sobre todo, el de los hijos. El ala más liberal mostró su rotundo desacuerdo (resaltando el daño emocional de los aludidos), pero las estadísticas demostraron que la campaña funcionaba. Deshonrar ciertos comportamientos en público para deshacerse eventualmente de ellos no es algo nuevo, ha dado resultados desde siempre. Ahora imagina hasta dónde puede llegar la regulación moral en tiempos de Twitter y Facebook..
Avergonzarnos de un hábito, fobia, o costumbre, puede ser un buen punto de partida para mejorar como individuos y sociedad. Otro ejemplo: En los países más avanzados del mundo la ley protege a las mujeres del acoso sexual en calles y oficinas. También condena la homofobia y el racismo. Pero la historia se construye sobre la suma de experiencias personales. Tras décadas de activismo y de buenos argumentos en los medios de comunicación más liberales, lo vergonzoso -repito, en los países más desarrollados- es ser homofóbico, racista y acosador. El orgullo, en cambio, ha sido reservado para gays, mujeres y ciudadanos respetuosos de las minorías.
‘Vergüenza’ fue también la palabra compartida en los titulares de la mayoría de diarios peruanos luego de la despreciable repartija del Congreso. Es la palabra-escudo en las pancartas de los jóvenes indignados que insisten en un reclamo moral que resulta necesario. Y es también el término que usan políticos y periodistas de derecha, centro e izquierda, para mostrar su enojo y rechazo ante la desfachatez sin límites de nuestra clase política. Está por verse si esto pasará de ser solo un rubor en algunos de los involucrados. Hasta el momento, preocupa no haber visto ningún video remix de los hechos en YouTube. Necesitamos, cuanto antes, un reggaeton que le haga el merecido bullying mediático a nuestros congresistas.