Unos aseguran que nacieron en un puente de París, otros en la ribera del río Mosa: franceses y belgas reivindican la paternidad de las patatas fritas, un plato emblemático cuyos orígenes impregnan la cultura popular de los dos países.
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“La patata frita es hija de la cocina de la calle, de baja extracción. Por eso es difícil establecer su certificado de nacimiento”, explica la historiadora francesa Madeleine Ferrière.
El misterio de los orígenes del bastoncito que crepita en el aceite caliente intriga a los especialistas de la gastronomía, en particular en Bélgica donde forma parte del patrimonio nacional.
“Los belgas adoran las patatas fritas pero no ha habido ninguna investigación científica al respecto últimamente”, dice Pierre Leclerc, profesor de la Universidad de Lieja, en un debate sobre “los orígenes de la frita”, que se realizó recientemente en Bruselas con motivo del cierre del año de la gastronomía, Brusselicious.
Esta nebulosa histórica ha hecho que prosperen las hipótesis e incluso las leyendas.
En Francia se habla de la “patata frita Puente Nuevo”, que habría sido inventada por vendedores ambulantes en el puente más antiguo de París después de la Revolución de 1789. “Proponían fritos, castañas calientes y trozos de patata dorados”, dice Madeleine Ferrière.
Esta tesis ha estado en boga mucho tiempo, en particular entre los escritores.
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“El sabor de las patatas fritas es parisino”, asegura Louis Ferdinand Céline en su obra maestra “Viaje al fin de la noche”.
Pero para algunos belgas, la frita nació en Namur, en el sur del país. Sus habitantes tenían por costumbre pescar en el Mosa pescaditos pequeños que después freían. Pero un invierno particularmente frío en que se heló el río a mediados del siglo XVII, cortaron las patatas en forma de pequeños pescados, según Pierre Leclerc, que cuenta esta historia aunque no la considera muy plausible.
Con los dedos
“En realidad, nos da igual la procedencia de la patata frita. Lo importante, es su implantación”, dice Roel Jacobs, especialista cultural en Bruselas.
“Los franceses y los belgas han optado por vías diferentes. Para los primeros, la frita acompaña a la carne, normalmente un bistec, mientras que los belgas la suelen comer sola, acompañada con una salsa”, dice.
“Los belgas hemos convertido la patata frita en un producto noble y no un simple vegetal”, dice Albert Verdeyen, cocinero y coautor del libro “Francamente fritas”. “Pero sobre todo, controlamos mejor que nadie el arte de la doble cocción, para que sean doradas y crocantes”.
Mientras los franceses la comen con tenedor en un plato, en el restaurante o en casa, los belgas prefieren comerlas con los dedos, a cualquier hora.
Se ha desarrollado una red de “fritkot”, una especie de tenderetes de papas fritas, en plazas, bulevares o ante las estaciones de trenes. “Hay 5.000 tenderetes de patatas fritas y más del 90% de los belgas compran al menos una vez al año”, dice orgulloso Bernard Lefèvre, presidente de la Unión de ‘Friteros’.
“Ir a un puesto de patatas fritas es el colmo de la esencia de ser belga”, dice Philippe Ratzel, propietario del tenderete Clémentine, uno de los más populares de Bruselas. “Aquí, uno puede encontrarse con la viejecita que se para mientras pasea a su perro, al estudiante o al ministro que vive en el vecindario”.
Pero dentro de los tenderetes, las cosas cambian: cada vez es más frecuente ver a extranjeros como demuestra la entrada de la palabra “frietchinees” (“freidor chino”) en el diccionario de referencia de la lengua holandesa en Bélgica.