Nuestro Nobel señaló en su columna que el crimen contra el activista chileno es ‘hijo de la homofobia’ y que la inmolación de Zamudio debe servir para sacar a la luz pública la trágica condición de los gays, lesbianas y transexuales en los países latinoamericanos.
Refirió que esas personas, sin una sola excepción, son objeto de escarnio, represión, marginación, persecución y campañas de descrédito que, por lo general, cuentan con el apoyo entusiasta de buena parte de la opinión pública.
El literato remarcó, en el extenso artículo, que lo más ‘fácil e hipócrita’ en este tema es atribuir la muerte de Zamudio solo a ‘cuatro bellacos pobres diablos que se llaman neonazis’.
No obstante, dijo que detrás de ello hay una ‘avanzadilla más cruda y repelente de una cultura de antigua tradición que presenta al gay y a la lesbiana como enfermos o depravados que deben ser tenidos a una distancia preventiva de los seres normales’.
Refirió que lo más terrible de ser lesbiana, gay o transexual en países como Perú o Chile es la ‘vida cotidiana condenada a la inseguridad, al miedo, la conciencia permanente de ser considerado (y llegar a sentirse) un réprobo, un anormal, un monstruo’.