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El misterio del Viernes Santo: ¿Por qué los católicos se abstienen de comer carne?

En Semana Santa, la Iglesia insta a los fieles a comer otros tipos de carnes.

carne suministrada (J. Scott Applewhite/AP)

La Semana Santa trae consigo una serie de tradiciones arraigadas en la fe y la reflexión para los creyentes católicos, entre ellas, la abstención de consumir carne roja, especialmente el Viernes Santo. Pero, ¿cuál es el significado detrás de esta práctica ancestral?

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Durante siglos, la Iglesia ha enseñado que la carne roja está simbólicamente asociada al cuerpo crucificado de Jesucristo. Por tanto, abstenerse de consumirla en este día es considerado un acto de respeto hacia el sacrificio de su Hijo. En su lugar, se insta a los fieles a comer otros tipos de carne, como el pescado, como una forma de honrar la muerte de Cristo en la cruz.

Otra interpretación sugiere que la renuncia a la carne roja también representa una manifestación de austeridad durante estos días de reflexión. Este período se considera propicio para alejarse de las indulgencias y el lujo, enfocándose en la contemplación espiritual y la penitencia.

La Iglesia prescribe la abstinencia de carne como una manera de unirse en un espíritu de penitencia, recordando la muerte de Jesús y sometiendo tanto el cuerpo como el espíritu. Esta práctica busca subyugar los deseos mundanos y recordar el sacrificio de Cristo en beneficio de la humanidad.

El canon 1251 del Código de Derecho Canónico establece claramente la obligación de observar la abstinencia de carne los viernes, a menos que coincidan con una solemnidad. Además, se exige ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo como días especialmente sagrados en la liturgia católica.

Aunque en algunos países la disponibilidad de alimentos marinos es limitada en comparación con la carne de res, varias conferencias episcopales han exhortado a los fieles a no limitar su dieta en estos días. En su lugar, se les anima a mostrar solidaridad hacia los demás y buscar una mayor cercanía con Dios a través de la oración y la reflexión sobre sus acciones y su relación con Él.

En última instancia, cada individuo tiene la responsabilidad de examinar su vida y ofrecer a Dios alguna forma de mortificación adicional que les ayude a profundizar en su fe y comprensión espiritual durante esta época sagrada.

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